Francesc Ferrer i Guardia, fundador de la Escuela Moderna. | FUNDACIÓ FERRER I GUARDIA
Fue un ajuste de cuentas y un crimen judicial. Ésta es la tesis que sostiene el abogado y periodista Francisco Bergasa en su libro '¿Quién mató a Ferrer i Guardia?'(Aguilar),
donde defiende que el fusilamiento del fundador de la Escuela Moderna
se ejecutó, no por su participación en los sucesos de la Semana Trágica,
sino por su ideología subversiva. "El Gobierno, los tribunales
militares, la Iglesia, el catalanismo, el republicanismo de Lerroux, la
prensa integrista y hasta la misma Corona tenían cuentas pendientes con
él. Lo presentaron como el máximo responsable de unos sucesos en los que
apenas tuvo intervención alguna", afirma Bergasa en una entrevista con
elmundo.es.
Pregunta.- ¿De dónde parte su interés por la figura de Ferrer i Guardia? ¿Qué pretende transmitir con su libro?
Respuesta.- Ferrer Guardia es un claro referente de cómo las ideas
políticas han criminalizado a lo largo de la Historia conductas que no
eran en absoluto delictivas ni punibles. En este libro quiero probar
documentalmente que Ferrer fue condenado, no por su participación en las
jornadas de la Semana Trágica, sino por su ideología subversiva y su
labor al frente de la Escuela Moderna. Y que su fusilamiento obedeció,
en consecuencia, más que a un fallo judicial justo, a un ajuste de
cuentas.
P.- ¿Por qué razones convirtieron a Ferrer en responsable de la Semana Trágica?
R.- Porque tanto el Gobierno como las máximas instituciones del
Estado necesitaban una figura en la que concentrar las responsabilidades
de unos sucesos cuya violencia había conmocionado al país, y sobre los
que la opinión pública exigía un ejemplar escarmiento. Ferrer reunía, en
su condición de permanente transgresor del orden, todas las cartas para
convertirse en la víctima ideal sobre la que personalizar ese castigo. Y
se aprovechó su presencia casual en el escenario de los hechos para
reunir, en un clima de indefensión como el que en aquellos días se vivía
en Cataluña y sin el menor respeto a la legalidad, todas las pruebas
que pudiesen incriminarle.
P.- ¿Por qué nadie ha reivindicado su figura durante estos cien años?
R.- Para la dictadura de Primo de Rivera, y sobre todo para el
franquismo, Ferrer, republicano, masón, librepensador y anarquista,
tenía necesariamente que ser un personaje maldito. En cuanto a los
últimos 25 años, tampoco la derecha que ha gobernado en Cataluña ha
hecho nada por exculpar su pasado moral ni su anticatalanismo. Pese a
ello, su principal legado, la Escuela Moderna, sí ha sido objeto de
revisión, estudio y reconocimiento por parte de pedagogos e
historiadores, sobre todo a partir del inicio de la transición
democrática.
P.- ¿Qué representó para España un proyecto educativo tan singular como fue la Escuela Moderna?
R.- A pesar de su corta vida (sólo permaneció activa desde 1901,
fecha de su fundación, hasta 1906, en que fue clausurada a raíz del
atentado contra los Reyes en la calle Mayor de Madrid), la Escuela
Moderna supuso una ruptura contra el dogmatismo inculcado en aquél
tiempo por la enseñanza religiosa, y la falta de medios de que adolecía
la educación del Estado. E introdujo postulados tan innovadores como la
coeducación de clases y sexos, la laicidad, el racionalismo, la praxis
experimental, el respeto a la personalidad del alumno, la ausencia de
premios y castigos, el reconocimiento de la igualdad de género, la
educación sexual, la higiene escolar, y el combate a cuantas creencias
pudieran contribuir a perpetuar en los escolares la alienación o el
oscurantismo.
P.- ¿Por qué califica Vd., en su libro, de crimen judicial el proceso contra Ferrer i Guardia?
R.- Porque su instrucción conculcó todas las garantías procesales y
lesionó los más elementales principios del Derecho. Así, se tipificó
inexplicablemente su participación en los sucesos como un delito de
rebelión militar; se abrió una pieza aparte contra él independiente del
resto de las causas instruidas por los mismos hechos; se aceptaron el
rumor y la sospecha como pruebas incriminatorias; se filtraron infinidad
de diligencias que violaron, en perjuicio suyo, el secreto sumarial; se
orquestó una campaña mediática para satanizarle; no se le autorizó a
personarse en ninguno de los autos; las pruebas documentales que lo
inculpaban fueron obtenidas sin los mínimos requisitos legales; no se
aceptaron los testimonios solicitados por su Defensa; se excarceló a
cuantos depusieron contra él; se ignoraron las declaraciones que podían
exculparle; se incumplieron los trámites del plenario; y hasta se evitó
la presencia de testigos en la vista oral que precedió a la sentencia.
P.- ¿Qué consecuencias tuvo su fusilamiento?
R.- Como resultados inmediatos, la muerte de Ferrer concitó la mayor
protesta internacional contra España nunca hasta entonces conocida (hubo
decenas de manifestaciones, se atentó contra varias Embajadas, y
diversos sindicatos europeos boicotearon los productos españoles);
supuso la caida del Gobierno, y representó el fin de la carrera política
de su presidente Antonio Maura. A ello hay además que añadir, a medio
plazo, la quiebra del bipartidismo político vigente hasta entonces; la
radicalización del movimiento obrero, traducido en la fundación de un
nuevo sindicalismo revolucionario, la CNT; el auge del antimilitarismo y
el anticlericalismo entre las clases medias y el proletariado; y el
grave descrédito de la Monarquía, a la que su negativa al indulto
abriría toda una escalada de errores que terminó conduciéndola al
exilio.
P.- ¿Quién fue el máximo responsable de la muerte de Ferrer i Guardia?
R.- Todas las instituciones de la España oficial de 1909
contribuyeron a hacer posible el fallo judicial que condenó a Ferrer a
la pena de muerte. El Gobierno, los Tribunales militares, la Iglesia, el
catalanismo, el republicanismo de Lerroux, la prensa integrista, y
hasta la misma Corona tenían cuentas pendientes con él y no omitieron
esfuerzo alguno para presentarlo como el máximo responsable de unos
sucesos en los que apenas tuvo intervención alguna. Para buena parte de
la opinión nacional, Ferrer era un conspirador empeñado en fracturar el
Estado, próximo a la subcultura de la dinamita, e ideólogo de un
proyecto educativo sectario, ajeno a la idea de Dios, y dirigido a
formar futuros revolucionarios. Y ningún lugar mejor que los fosos de
Montjuic para purgar un ideario tan subversivo como el suyo.
P.- ¿Qué logros sociales tuvo la Semana Trágica tanto para Cataluña como para España?
R.- A corto plazo, ninguno, en la medida en que el alzamiento
fracasó, y el Gobierno lo presentó, además, ante la opinión pública como
una revuelta separatista. No obstante, el movimiento obrero pronto
extraería de esa derrota la lección de que la revolución que Maura
pretendía imponer “desde arriba” solo podía llevarse a término “desde
abajo”, y propició un sindicalismo mucho más beligerante que
reivindicativo, que opuso a la explotación del capital la huelga general
y revolucionaria. En fechas inmediatamente posteriores se aprobaron la
ley de pensiones, la jornada de ocho horas, y se fiscalizó con más
eficacia la observación del descanso dominical, la seguridad laboral y
el trabajo de los menores.
P.- ¿Para qué servirá, en su opinión, la celebración del centenario de la Semana Trágica?
R.- La conmemoración de un acontecimiento histórico es siempre un
recordatorio de lo que ese suceso representó y de las consecuencias que
del mismo se derivaron. El centenario de la Semana Trágica debería
servir para visualizar el desenlace a que condujo la confrontación entre
una España autoritaria, intransigente, caciquil y oligárquica, y unos
emergentes movimientos de masas que defendían un modelo de sociedad más
justo y humano, aunque para lograrlo hubiesen de recurrir a la
violencia. Y para evidenciar también cómo una protesta social sin
control ni orientación condujo a una revolución inútil que acabó
desembocando en una represión sangrienta.
P.- ¿Cuál es la tesis de su próximo libro, un ensayo titulado 'El arte de matar el tiempo'?
R.- A lo largo de casi tres siglos, los españoles, al igual que el
resto de los europeos, han hecho del Café su principal espacio de
encuentro y sociabilidad. Y han convertido la máxima expresión de ese
escenario, la tertulia, en un soporte de comunicación abierto a la
discrepancia, el debate y la crítica. Este ensayo discurre sobre el modo
en que el "entretener" o "matar" el tiempo, es decir, la ociosidad que
generalmente caracterizaba la vida del café, condujo a efectos tan
creativos y estimulantes como la convivencia, la tolerancia, el respeto
hacia el otro, y, sobre todo, al nacimiento de la opinión pública, tal y
como en la actualidad la entendemos.
0 comentarios:
Publicar un comentario